La declaración no hace más que reconocer formalmente la importancia y el impacto que la web y sus contenidos han tenido a nivel internacional. Es la arena en donde se desarrollan sucesos políticos de alto alcance (muchos han subrayado el rol que Internet jugó en los recientes hechos del mundo árabe), tensiones de poder entre las empresas multinacionales y los estados, e incluso la semilla de cultivo para nuevos actores internacionales, como los hacktivists.
Más allá del traslado de tensiones del mundo real hacia el mundo virtual –cuestión que ya está en la agenda-, vale la pena también poner el ojo en otros problemas que hacen a la salud del futuro de un mundo atravesado por las nuevas tecnologías digitales: la resignificación de los 'bienes comunes', como los llama Ariel Vercelli.
Para centrarnos en un caso local, vale traer a cuenta lo que le sucedió al docente Horacio Potel, quien fue acusado, a principios del 2009, por infracción a la ley 11.723 de propiedad intelectual, luego de crear los sitios Nietzsche en Castellano, Heidegger en Castellano y Derrida en Castellano. Felizmente, la Cámara Argentina del Libro no logró su objetivo, y los sitios siguen en funcionamiento.
"Nunca lucré ni tuve la intención de lucrar con la publicación de las páginas. En 1999 estaba fascinado por las infinitas posibilidades que la red ofrece para el intercambio de conocimientos”, apuntaba Potel en aquellos días negros.
Son pequeñas batallas de resistencia las que van formando un replanteamiento sobre lo que es suyo, de aquel, del Estado o de todos. Internet se transforma entonces en un espacio en donde estos enfrentamientos logran filtrarse al conocimiento público, y es justo en ese momento cuando el usuario común debe tomar cartas en el asunto (las pocas que le toquen) y ocupar espacios que, si falta sentido crítico, quedarán para los grandes poderes, acotando la posibilidad de tener lo que corresponde a todos.