miércoles, 30 de noviembre de 2011

LAS FIGURITAS DEL PERIODISMO Y LOS MEDIOS EN LA PANTALLA GRANDE Y CRIOLLA

“Si la lección de la historia no parece lo bastante convincente, podemos recurrir a la ayuda de la ficción”
Umberto Eco

Entre los tantos estereotipos que del cine de Hollywood supimos conseguir, el de la prensa es uno de los más usados. A primera revisión mental salta el papel de Dustin Hoffman en “Mad City” (El cuarto poder, 1997), el del mismo actor junto a Robert Redford en “All the president’s men” (Todos los hombres del presidente, 1976); y –también con Hoffman de protagonista- “Wag the dog” (Mentiras que matan, 1997). Además de denotar cierta obsesión de este actor por el funcionamiento de los media, se puede deducir que las prácticas periodísticas y las empresas que las cobijan –o repelen, según la opinión de cada uno- cuentan con una carga dramática sensible de ficcionar.

También lo supo señalar  Humberto Eco al nombrar otros tres clásicos: “Seven Days in May”, “Dr. Strangelove” y “Fail Safe”. “Las tres trataban de la posibilidad de un golpe militar contra el gobierno de Estados Unidos, y, en las tres, los militares no intentaban controlar el país mediante la violencia de las armas, sino a través del control del telégrafo, el teléfono, la radio y la televisión”[1], resume. ¿Será tan así? ¿Seguimos hablando de ficción? ¿Estamos ante mitos altamente difundidos?

En una oportunidad, se le preguntó a un grupo de chicos de 16 años cuál era el rol de la prensa. “Mentir”, dijeron en su mayoría… algunos otros dijeron “engañar”. Roland Barthes explica que “el mito constituya un sistema de comunicación, un mensaje”, para luego agregar que “no podría ser un objeto, un concepto o una idea; se trata de un modo de significación, una forma”. Si bien el mismo autor apunta que “el mito es un habla elegida por la historia” [2], el de los medios y la prensa parece gozar de buena salud, sobre todo cuando el cine es el soporte del habla mítica.

POR ESTOS PAGOS

El mismo ejercicio se puede hacer con el cine argentino. “Caballos salvajes” (1995), “Cenizas del paraíso” (1997) y “Cohen versus Rosi” (1998) son tres ejemplos en donde la prensa, si bien no protagonista, conforma un elemento que ayuda al desarrollo de la trama, no sin transmitir una mirada sobre ella. Los ejemplos se repiten en la primeras década (y un poquito más) del nuevo (¿nuevo?) milenio. Las películas “Cruzadas” (2011), “Paco” (2010) y “La demolición” (2005) se vuelven tres soportes para el mito de los medios que se transmite por estos días. En ellas se conjugan visiones sobre las empresas periodísticas, las prácticas periodísticas, sus relaciones con el poder y la justicia, la incidencia que tienen en la vida y opinión públicas, y otros aspectos relacionados con esta compleja actividad.

Antes de sumergirnos en el análisis de estas películas, vale la pena subrayar algunas opiniones que parecen estar decididas en la manera en que se muestra a la prensa (de ficción). En ese sentido, parece ser que lo informativo se mezcla con el entretenimiento, de la misma manera en que la prensa aparece en las tramas de las películas. Magazines informativos, como Turning Point, de la ABC, se enorgullecen de promover sus historias con tal viveza que parecen una película[3]

No es casualidad que Walter Lippman use el título “El mundo exterior y las imágenes en nuestras cabezas”, para el capítulo de “Public Opinion” en el que explica la distinción entre el entorno (el mundo que existe realmente allí fuera) y el pseudo-entorno (nuestras percepciones privadas de aquel mundo)[4]. Maxwell McCombs sentencia que “dependemos de los media para estar informados acerca de asuntos, personalidades y situaciones hacia los que experimentamos sentimientos de apoyo o de rechazo y para conocer aquellos puntos de atención en los que los sondeos miden el pulso de la comunidad”[5]. Estas películas se hacen eco de esta afirmación.
RESEÑAS

En “La Demolición”, el director Marcelo Mangone retoma una obra teatral de Ricardo Cardoso. Estrenada pocos años después de la debacle del 2001, cuenta la historia de Beto (Enrique Liporace), un sesentón que toda su vida trabajó en una fábrica, ahora cerrada y a punto de ser demolida. Cuando el equipo demolición llega al lugar, Osvaldo Lazzari (Jorge Paccini), un hombre en sus cincuentas y víctima de la precariedad laboral, se encuentra con un Beto instalado en su oficina y en plan de negar el hecho de que su trabajo ya no existe. Cuando la prensa llega al lugar –antes que la policía-, alertada por un particular diariero, el hecho comienza a tomar otras dimensiones.

“Paco”, de Diego Rafecas, usa a la prensa como un ingrediente más en su narrativa. Siendo la protagonista Ingrid Blank (Esther Goris), una senadora del Congreso de la Nación Argentina, el personaje se ve acosado por la prensa cuando su hijo Paco (Tomás Fonzi) es encarcelado, acusado de terrorista y relacionado con el narcotráfico.


“Cruzadas”, también de Diego Rafecas, quizás sea la que más reflexiones contiene acerca del modus operandi –siempre desde la mirada personal de la película- de los mass media. El personaje interpretado por Enrique Pinti es sugestivamente bautizado con el nombre de Ernesto Pérez Roble, dueño de un multimedios, que en sus últimos años decide abandonar una vida de intrigas políticas. Su hija Juana Pérez Roble (Moria Casán), heredera del multimedios, está decidida a venderlo, a pesar de la oposición de su padre. La llegada de la hija (Nacha Guevara) y la nieta (Chachi Telesco) ilegítimas cambiará el escenario. Es a través de este conflicto donde se ven los alcances del poder del grupo BA News.

SOBRE LA DEMOLICIÓN




“Además, es necesario aceptar la crítica de Luhman en el sentido de que los periodistas trabajan con el setenta por ciento de la realidad preconstruida”.
Ana María Miralles

De los tres largometrajes seleccionados, “La Demolición” es la que más pone el ojo en la práctica periodística. Desde la búsqueda de fuentes a la forma de preguntar, de la construcción del acontecimiento a la transmisión en vivo, todo pasa por el personaje de Federica Pais. McCombs señalará en ese sentido que “el periodismo es una profesión establecida hace mucho tiempo, con sus propias tradiciones encauzadas, sus prácticas y sus valores” [6]. La película muestra gran parte de estas tradiciones, sobre todo poniéndole énfasis al concepto de historia informativa.

La teoría de la agenda-setting dice que lo que subrayen los medios se convertirá en algo importante para el público[7], y así lo muestra la narrativa cuando la periodista, sin dar muchas explicaciones en cuanto a porqué es importante lo que sucede en la fábrica, lo presenta como el tema del día. “Las noticias no son un reflejo del día, sino un conjunto de historias construidas por periodistas sobre los eventos del día”, apunta McCombs[8].

El hecho de que se trate de una movilera de televisión, también nos lleva a otras reflexiones. Hans Magnus Enzensberger excluía del oficio la televisión porque “nos ofrece de la actualidad sólo aquellos que salta a la vista y no deja espacio para el razonamiento”[9]. Esta descripción queda en evidencia cuando la reportera usa la primera fuente a mano –desde ya, obligada por los tiempos del “vivo y en directo”- y como conclusión sentencia que adentro de la fábrica hay un secuestrador –armado- y un secuestrado.

Sobre el mismo tema, también opina Hart, citado por McCombs. Asegura que la televisión –particularmente, la emisión en directo- estimula una “arrogancia del ojo”, que oculta al telespectador el rol que desempeña en la selección y proyección de las imágenes.[10] También dirá que “la televisión apoya un especial conjunto de sentimientos”. Esto está íntimamente relacionado con una tendencia ya señalada por Antoine Prost. “La comunicación (…) pretende “hacer vivir en directo” el acontecimiento, como si el espectador fuera un actor”, señala.

El personaje interpretada por Pais termina prácticamente invitando a la gente del barrio a que se una a favor de Beto –otrora secuestrador armado-, se manifieste, marche e incluso termina encabezando la movilización y repartiendo besos y abrazos a los obreros de la fábrica. “No se trata, en efecto, de la acusación de inventar noticias, sino del intento de producirlas”, explicará Furio Colombo ante la reflexión de Enzensberger de que “al Wall Street Journal le gusta crear las noticias”[11]. Aquí, a la periodista no hay nadie que la defienda.

Más allá de estas coincidencias entre las teorías de los media y las imágenes sobre la prensa mostradas en la película, también hay desencuentros. Uno de estos es el de las conceptualizaciones de interacción entre temas y situaciones individuales: entorpecimiento/no entorpecimiento. La teoría dice que “el rol del establecimiento del agenda-setting de los media revela situaciones de efectos de fuerte impacto en acontecimientos no entorpecedores y ningún efecto en absoluto en acontecimientos entorpecedores”[12].

Como ejemplo, el desempleo aparece para los profesores de universidades como un acontecimiento no entorpecedor[13], es decir, de bajo impacto. Para los obreros de “La Demolición”, que viven el desempleo, se vuelve un hecho entorpecedor. Sin embargo, esto no evita que la noticia de que Beto “tomó” la fábrica tenga un fuerte impacto en ellos, y que incluso los lleve a manifestarse públicamente.

Sobre la toma del lugar público, también se ha hablado mucho. Es sobre todo Ana María Miralles quien pone la mirada sobre la protesta ciudadana, que “sigue estando estigmatizada en ciertas sociedades que sienten aún temor frente a este voto con los pies”, mientras que señala un trabajo refinado en las estrategias frente a los medios de comunicación que estos movimientos han desarrollado[14].
Si, como apunta Miralles, “la sociedad civil organizada y especialmente la no organizada son los sectores a los cuales la convocatoria abierta de los medios masivos de comunicación les permite vincularse a los temas de interés público”, entonces en “La Demolición” se muestra esta relación.

SOBRE PACO


El periodismo mantiene a los ciudadanos avisados, a las putas advertidas y al Gobierno inquieto.
Francisco Umbral

Si bien ocupa un lugar menor en la narrativa, la prensa delimitada en “Paco” está relacionada con los poderes judiciales y legislativos, y la historia nos sirve para conocer cómo –según el mito hablado al que le sirve de soporte- la realidad de la ficción (término algo contradictorio) toman forma en las páginas de los periódicos y en los programas periodísticos.

El problema de la droga ocupa gran parte de la trama, incluso dándole título a la película. Paco se llama el personaje de Tomás Fonzi, y paco se llama lo que consume y que lo llevará a los escenarios donde se desarrolla la película. El tema y su tratamiento ha sido ampliamente tratado por los teóricos de los medias. Reese y Danielian documentaron el papel de The Times sobre su establecimiento del agenda-setting acerca del problema de las drogas en 1986 -tal como lo apunta McCombs- que luego se desperdigó hacia los otros diarios[15].

En cuanto a las relaciones entre el poder y la prensa, no se trata de una novedad. La denominación de “Cuarto poder” fue usada por Edmund Burke a mediados del siglo XVIII[16]. Sobre el mismo siglo, Habermas apuntará que “la crítica a diferentes representantes del nuevo y el viejo poder se constituyó en el eje de la actividad periodística”[17]. Por eso no resulta novedoso que esa relación aparezca en “Paco”. Por otro lado, vale subrayar lo sostenido por McCombs: la película deja de lado el hecho de que “muchos de los informativos diarios se preparan con materiales aportados e incluso iniciados por los funcionarios de la información pública”[18].

Otro punto de inflexión entre el Estado y los medios se ve en cómo estos afectan los destinos del primero. Así como los medios y los ciudadanos trabajan en con la construcción de sentido, los trabajos de opinión pública que llevan temas al tapete –como el uso del paco- se despliegan en los medios de comunicación y “ha comprendido persistentes trabajos de influencia sobre legisladores y políticos en general”[19]. Es decir, como apunta Ana María Miralles, que “los parlamentarios y los periodistas protagonizan la formación del discurso público”. Esto se ve claramente cuando para la senadora Ingrid Blank el tema del paco pasa a ser un tema entorpecedor (del que tiene experiencias de primera mano), resuelve no renunciar a su puesto y decide llevar el tema al Congreso. Es el tránsito desde lo privado a lo público, del que también habla Miralles.

La sensibilidad que temas como estos –que implican  problemas personales de personajes públicos- también ha sido abordado por teóricos. Se da una situación paradójica si tomamos lo que Antoine Prost señala: “La puesta en escena de hombre públicos en la vida privada no ha hecho desaparecer la curiosidad del público por su vida privada”[20]. En “Paco”, la noticia de la complicada situación del hijo de la senadora ocupa, desde ya, la primera plana del diario.

El rango de persona pública que ostenta el personaje de Esther Goris tampoco es novedoso, ya que desde el siglo XVI, los servidores del Estado son personas públicas: tienen un oficio público, los negocios de su oficio son públicos, y públicos se llama a los edificios y establecimientos de la autoridad. Como apunta Habermas “del otro lado están la gente privada, los cargos y oficios  públicos, los negocios públicos y los hogares privados”. El entrecruzamiento de estos dos ámbitos es constante en la película. La misma mujer que sale de anteojos negros y paso veloz para evitar a la prensa, es la misma que sentada es consolada por un desconocido que la reconoce. La misma mujer cuya carrera es tema de un programa periodístico, es la misma que llora abrazada a su hijo en una celda.

Existen dos escenas de la película que nos introducen a temas en los que detenerse. En la primera, el secretario de la senadora se pregunta quién estará detrás de todo esto, en referencia a lo complicado de la situación judicial de Francisco “Paco” Blank y la gran difusión de su caso. En este sentido, Umberto Eco señala que “los posibles autores de una guerrilla semiológica están más empeñados en hacerse mal mutuamente que en hacerle mal a la televisión”[21]. Los media se presentan, en este caso, como arena donde los distintos poderes compiten, negocian o se hieren.

Una de las últimas escenas de la película lo tiene al devenido en actor Nelson Castro haciendo de él mismo, en una entrevista de baja calidad al fiscal de la causa Blank. Es Furio Colombo quien sostiene que “nadie podría pedir el silencio de prensa a un periodista” y que “esa regla (la de guardar silencio) vale sólo para todos aquellos que están relacionados con la parte judicial de la historia”. Castro abre el diálogo preguntándole a su entrevistado acerca del futuro político de la madre del acusado, tema del que el fiscal nada tiene que decir. La reflexión final
de la emisión, algo que de hecho Castro practica en su programa real (el no ficcionado), da cuenta de “que el sistema de la separación se corrompe cuando los periodistas son indebidamente propensos a introducir matices de opinión en sus ‘historias’”[22].

SOBRE CRUZADAS


Medios de comunicación es sólo una palabra que ha venido a significar mal periodismo.
Graham Greene

La idea de que los medios rigen totalmente la atención pública, y -en un tenor más grave- todos los aspectos de la vida de su público, termina perteneciendo a una escuela tradicionalista. Las tecnologías han permitido una relación diferente con las audiencias (ya en plural) que ha demostrado que no siempre estas actúan como se les dicta. Ejemplo de esto es la caída de conocido “diario de los argentinos”. El periódico del principal grupo multimedial del país, Clarín, ha sufrido grandes caídas en sus ventas[23].

Pero desde “Cruzadas”, presentan al multimedios todavía como un ente todopoderoso. Juana Pérez Roble (interpretada por Moria Casán) deja en claro lo conciente de su poderío en más de una ocasión, pero se rescata sobre todo un pequeño discurso íntimo ante sus súbditos más cercanos: “En todo hogar encontrarán esa realidad creada por nosotros, esa sublime pasión hipnótica que produce la ignorancia. Insospechable, imposible de probar y dominar ese espacio visible donde la simple atención de las masas es nuestra sangre. Nuestro embriagador rating”. En otra secuencia calificará a su número de teléfono como el celular “más importante de la Argentina”.

Los primeros teóricos de la agenda-setting estarían al menos de acuerdo con parte de esta sensación de su poderío. Sobre ellos McCombs diría que “se preguntaban quién se ocupaba de fijar la agenda pública”, para luego explicar que “la respuesta empírica era en gran medida que los medios informativos se ocupaban de ello”[24]. Desde una mirada un poco más apocalíptica, Antoine Prost dirá: “Los medios susurran al oído de todo el mundo los grandes principios del momento. Todo el mundo cree que piensa por sí mismo y en realidad no hace más que repetir la opinión del último cronista”[25].

Ya se abordó el tema del poder y los media, pero es en “Cruzadas” donde se representa -de una forma crítica- la intimidad del conglomerado que lidera Pérez Roble: un canal de aire, varios canales de cable, el diario, radios. Habermas señala que ya desde el siglo XVIII las hojas de anuncios aparecidas en Francia
como medio auxiliar de los despachos de noticias y anuncios se convirtieron en todas partes en instrumento dilecto de los gobiernos[26].

La pregunta que suscita la ficción de Rafecas es quién es instrumento de quién. El personaje de Juana rechaza una reunión con un ministro, mientras uno de sus hombres dedicado a los negocios turbios se jacta de que le dan “los papeles en la mano”. En uno de los enfrentamientos con su padre Enrique, la heredera le echa en cara el haber liquidado a muchos en otras épocas. Son actividades que parecen heredadas, ya que el fundador de BA News también tenía el “feliz hábito de terminar con vidas ajenas”.

Noelle-Neumann sostiene que “se suele afirmar que los medios de comunicación masiva influyen en la opinión pública, pero en realidad esta relación no es para nada clara”. En “Cruzadas”, no quedan dudas[27]. En este sentido, Prost apunta: “No se trata, sin embargo, aquí de una maquinación, sino del funcionamiento mismo de nuestra sociedad. En ninguna parte existen instancias maquiavélicas que se habrían confabulado para imponer su ideología. Ni las personas de los media ni los publicistas albergan tales intenciones”[28]. La ficción no podría estar más en desacuerdo con esa defensa.

  1. Eco, U., “Para una guerrilla semiológica”, en: http://old.liccom.edu.uy/bedelia/cursos/semiotica/textos/eco_guerrilla.pdf (consulta: 30/11/2011).
  2. Barthes, R., “Mitologías”, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008.
  3. McCombs, M. , Los temas y los aspectos: explorando una nueva dimensión de la agenda setting, en Rev. Comunicación y Sociedad Vol. VIII, 1995.
  4. Lippman, Walter en McCombs, M. , Influencia de las noticias sobre nuestras imágenes del mundo, En: Los efectos de los medios de comunicación. Investigación y teorías, Bryant, J y Zillmarn, D. (compiladores)
  5. McCombs, M., Op. Cit.

  1. McCombs, M., Op. Cit
  2. Ibídem
  3. Ibídem
  4. Colombo, F., “Hechos y opiniones”, en: Últimas noticias sobre el periodismo. Manual de periodismo internacional, Barcelona: Anagrama, 1997.
  5. McCombs, M., Op. Cit.
  6. Colombo, F., Op. Cit.
  7. Bryant J. y Zillmann D., “Los efectos de los medios de comunicación: investigación y teorías”, Paidós, Barcelona, 1996
  8. Shaw, D. L. y Slater J. W. (1988) “Press puts unemployment on agenda: Richmond community opinion, 1981-1984”, Journalism Quarterly, 65, 407-411. en McCombs, M., “Influencia de las noticias sobre nuestras imágenes del mundo”.
  9. Miralles, A. M., “¿Hacia una nueva opinión pública?”, en: Periodismo, opinión pública y agenda ciudadana, Bogotá: Grupo Editorial Norma, 2002.
  10. McCombs, M., Op. Cit.
  11. http://es.wikipedia.org/wiki/Cuarto_poder
  12. Miralles, A. M., Op. Cit.
  13. McCombs, M. Op. Cit
  14. Miralles, A. M., Op Cit.
  15. Prost, A. y Vincent, G., “Historia de la vida privada” , Tomo 9: “La vida privada en el siglo XX”, Taurus Ediciones, Buenos Aires, 1991
  16. Eco, U., “El público le hace mal a la televisión”, en http://www.lanacion.com.ar/596242-el-publico-le-hace-mal-a-la-television (consulta: 30/11/2011).
  17. Colombo, F., Op. Cit.
  18. http://www.diarioregistrado.com/Sociedad/51246-otra-ca-da-en-las-ventas-de-clar-n-y-la-naci-n-.html
  19. McCombs, M., Op. Cit.
  20. Prost, A. y Vincent, G., Op. Cit.
  21. Habermas, J., “Historia y crítica de la opinión pública”, Barcelona: G. Gilli, 1994.
  22. Noelle-Neumann, E., “La espiral del silencio. Una teoría de la opinión pública”, en: AAVV. El nuevo espacio público, Buenos Aires: Gedisa, 1993.
  23. Prost, A. y Vincent, G., Op. Cit.

sábado, 13 de agosto de 2011

TRES TORRES (Non-fiction)

1

Se desconoce la fecha en que Julio Ulises Martin puso pie en Argentina, pero lo más probable es que haya arribado al país a fines del siglo XIX, junto con otros seis millones de inmigrantes pobres. Lo cierto es que le llevó poco tiempo revertir la situación. Con Berthet, suizo como él, vieron en la yerba el oro prometido. Martin y Cía tenía sus plantaciones en la localidad misionera de San Ignacio, mientras que sus depósitos se construyeron a orillas del Río Paraná, en la ya populosa ciudad de Rosario.

Tan bien iba el negocio que muchos emprendedores se acercaban a pedirle consejos. Generoso con quien quisiera saber un poco más sobre la industria, Martin recibió a la muy embarazada hija de los De la Cerna, que había heredado un terreno. Ella y su marido Guevara fueron hospedados en el edificio de la Compañía La Rosario, en la esquina de Entre Ríos y Urquiza. La visita se estiró lo suficiente como para que Ernesto –Ernestito- naciera en la ciudad, y no en Buenos Aires, como hubiesen preferido sus padres.

Cuando la yerbatera se trasladó nuevamente a Misiones, en 1980, poco quedaba de la zona que vio Martin. El barrio, que llevaría su nombre, se había convertido en uno de los más paquetes de la ciudad. Familias ilustres, como la del médico Isidoro Slullitel, habían elegido la zona para construir sus casas. Reconocido mecenas de las artes locales, el fundador del sanatorio Laprida quiso trasladar su pasión hacia su domicilio. Allí, sobre calle Alem, se dieron cita artistas como Jorge Luis Borges y Antonio Berni. Quiso el destino, el bolsillo y algunas otras cuestiones, que los fantasmas de estos hombres tuviesen que buscarse otra casa para embrujar.

2

El Colegio Nacional de Buenos Aires fue, desde sus orígenes en 1661 -cuando estaba a cargo de los jesuitas-, fábrica de próceres primero, y de dirigentes después. Por sus aulas pasaron, entre otros, Manuel Belgrano, Cornelio Saavedra, Mariano Moreno y  Bernardino Rivadavia; mientras que a otros se les negó el ingreso, como fuera el caso de Domingo Faustino Sarmiento.

En el último cuarto del siglo XIX, las medidas educativas permitieron que el analfabetismo se redujera dramáticamente en las clases bajas, en su mayoría inmigrantes. Para las clases altas, estas notables mejoras tuvieron una consecuencia indeseada: unos cuantos años después, estos gringos les peleaban los espacios que ellos creían tener por derecho.

A mediados de la década del 20, el Nacional se había vuelto un recorrido obligado para aquellos jóvenes que quisieran entrar a la universidad. Y allí fue a parar Mario Roberto Álvarez, con su simple y único apellido. Y no sólo eso. Para espanto de sus compañeritos –que se preparaban para viajar a Europa y tirar manteca al techo- terminó sus estudios con medalla de oro. La sorpresa no fue menor para sus profesores – que nunca habían dado ni cinco pesos por él- cuando, en 1936 se recibió de arquitecto en la Universidad de Buenos Aires, también llevándose la medalla de oro. En los años anteriores no sólo había estudiado, sino que había trabajado para ayudar a su familia y había militado en el centro de estudiantes, lo que le valió más de una pelea con algún que otro docente.

Por esa época, más o menos, fue que se lo empezó a tomar en serio. En 1938, la Facultad le otorgó la Beca “Ader”, pudo conocer 115 ciudades europeas y empezó a sentirse hombre de mundo. A su regreso, ese nombre cualquiera, el suyo, apareció por primera vez sellado al costado de un edificio: el de la Corporación Médica de San Martín. La revista italiana Casabella destacó el “espíritu de renovación racional” de su creación. Álvarez festejó la aprobación internacional, pero ya tenía entre ojos, junto con su colega Macedonio Ruiz, otro proyecto que prometía un lugar en la historia argentina. Y hacia allí se dirigieron.

3

Cuando el juez Baltasar Garzón llegó a Rosario en una visita relámpago, preguntó dónde estaba el Río Paraná. Quienes se encontraban en el Palacio Vasallo se asombraron de que el visitante no había tenido un hueco en su ajustada agenda para siquiera notar que el río estaba ahí nomás, cruzando la avenida. Rápido de reflejos, el presidente del Concejo Municipal aguardó el final de los actos e hizo caminar al visitante hasta su despacho, a escasos metros, para mostrarle la vista del balcón de la esquina.

Ignorando las amenazas de muerte de la ETA, el juez se asomó por el balcón de la presidencia, mientras abajo los custodios españoles que lo acompañaban le hacían señas desesperadas para que vuelva dentro, corrían y multiplicaban ojos, esperando que alguien aprovechara ese tiro seguro. Nada pasó, claro.

Los ojos del visitante fueron del río al monumento de mármol travertino de San Luis, que se alzaba justo frente a él, y allí quedaron durante largos segundos. –Sí, parece fascista, ¿no?- le comentó por lo bajo uno de los anfitriones, rompiendo el embelesamiento de Baltasar Garzón. –Hombre, yo no quería ser irrespetuoso, pero parece hecho por Mussolini…- contestó ligeramente ruborizado.

4

Ángel Guido era peronista, hijo de una familia de artistas rosarinos. Alejandro Gabriel Bustillo Madero, en cambio, pertenecía a la alta sociedad porteña, para la cual había hecho varios trabajos. El diseño del hotel Llao Llao de Bariloche, le había valido ese mismo año (1939), un renombre nacional, sumado al ya obtenido por el proyecto del Hotel Provincial y Casino de Mar del Plata. En pocas palabras, era el responsable de crear los espacios donde la aristocracia descansaba, y por eso gozaba de un reconocimiento que cualquier arquitecto de la época envidiaría.

Las ideas de Guido dejaban entrever cierto gusto por la estética amerindia y el neocolonialismo. Ya por esos años había recibido la beca Guggenheim y gozaba del respeto de sus pares en Latinoamérica, Estados Unidos y Europa. Pero la puja entre Buenos Aires y el interior del país lo había corrido un poco de la escena, y “las familias bien” no lo elegían, porque preferían a alguien menos americanista. Irónicamente, su obra más recordada no es la Casa Fracassi, con sus guardas incaicas, hoy devenida en Esquina de la Oportunidad.

Formaban un dúo peculiar, dispar y destinado a durar poco. Bustillo larguirucho, Guido pasaba más inadvertido. Bustillo aristocrático, Guido comprometido socialmente. Bustillo pintor, Guido músico. Bustillo había estudiado en Buenos Aires, Guido en Córdoba Pero eran ambos arquitectos, y con ese punto en común –además del bigotito de rigor, muy demodé- fueron detrás de lo que muchos otros colegas también perseguían.

5

Si hay algo que no se le puede reprochar a Rosario es el afán. Insistencia en ser nombrada ciudad, en que el 20 de junio sea el Día de la Bandera (con mayúsculas), en que la fecha sea feriado nacional y en tener un monumento que de cuenta de su mote de Cuna de la insignia. Es un talento propio de buenos comerciantes, como lo eran los habitantes que buscaban retribuirle a la ciudad el haberlos acogido, y de paso posicionarla en el país.

Nicolás Grondona era genovés y tuvo la idea de poner dos pirámides conmemorativas, iniciativa que se logró parcialmente en 1872. A la primera, ubicada en la isla El Espinillo frente a las barrancas, se la llevó el agua; la segunda, simplemente nunca se colocó. Y en eso quedó el primer intento, mientras la zona de barrio Martin seguía siendo un cañaveral. Para 1898, la plaza Brown, ubicada de cara al Paraná, entre las calles Santa Fe y Córdoba, había cambiado su nombre a Belgrano. De estilo francés -con pérgola, bancos, fuentecillas de bronce y 34 faroles-, era uno de los lugares elegidos por la clase alta para pavonearse los domingos por la tarde.

Y llegó el segundo intento. El intendente Luis Lamas accedió al pedido popular y designó una comisión de vecinos de la elite económica dominante para que se haga cargo de llevar adelante el monumento. Ninguna de las influencias de los comisionistas fue suficiente. Más de una década después, el encargo recae en la tucumana Lola Mora, pero la artista priorizó otras obras; y ante el incumplimiento del pago a los proveedores, la quita de fondos de la Nación y el cansancio de los vecinos que habían donado dinero sin cesar, se le rescindió el contrato en 1926.

La ciudad volvió a la batalla poco después, con un concurso de ideas que terminó declarándose desierto por el presidente Alvear. La razón fue que, manejada desde Buenos Aires, la instancia permitía la participación de artistas italianos, lo que generó el enojo de los locales. La puja entre criollos e inmigrantes continuaba vigente más de un siglo después de la Independencia. Pero en 1939 se realizó otro concurso, y el jurado –compuesto por porteños y rosarinos- tuvo que decidir entre catorce anteproyectos cuyos autores, por ley, debían ser argentinos y presentar una obra inclusiva.

El día del anuncio del ganador –cuyo nombre ya había trascendido- papeles naranjas revolotearon por calle Córdoba. Mientras la gente se paseaba por la Aduana para espiar las maquetas, un hombre alcanzó al vuelo uno de los volantes. “Si usted quiere saber quien diseñará el Monumento, de vuelta la hoja”, invitaba. El hombre obedeció y sonrió, al igual que la imagen de la cara de un burro que lo miraba desde el papel.

6

Entró con taconeo decidido al estudio de los arquitectos Sánchez, Lagos y de la Torre, mientras que la secretaria de uno de ellos la perseguía preguntándole si tenía cita. –Soy Corina Kavanagh-, contestó con una sonrisa falsa, y la secretaria también sonrió, un poco nerviosa. Al verla alejar, le miró los zapatos, seguramente europeos. A sus 39 años, la heredera Kavanagh era rica y joven, pero tenía un karma: la existencia de los Anchorena, familia rica como ella, pero patricia, lo que Corina no era.

Había vendido dos estancias para llevar adelante lo que sería el mayor disgusto de sus enemigos, además del edificio más alto de Sudamérica con sus 105 departamentos, y el domicilio de personalidades de lo más luminosas, y de las otras también. El rencor no salía de la nada. Por aquella época se podía escuchar la historia en cualquier mesa del Jockey Club de Buenos Aires. Una de sus hijas se había enamorado de un Anchorena, pero la familia de él se negaba a aceptar la relación, por la falta de tradición de la enamorada.

Los arquitectos escucharon el pedido de la mujer sin inmutarse, para no parecer moralistas. Lo que Corina pedía, básicamente, era no sólo opacar la iglesia del Santísimo Sacramento –que los Anchorena había hecho construir en 1920, a modo de sepulcro familiar- sino directamente bloquearle la vista de la basílica a los transeúntes. Apenas 14 meses después, en 1936, Corina estaba instalada en el piso 14 de su venganza, con 700 metros cuadrados para festejar su triunfo. Durante los meses anteriores, los Anchorena habían visto lentamente cómo un edificio se volvía en contra de ellos. Casi 70 años después, la misma cara de horror ponían un abogado y un empresario rosarinos, al ver cómo un edificio les tapaba la cotizada vista al río Paraná.

7

El 20 de junio de 1957, la redacción del diario La Capital era un caos. Si bien venían preparándose para ese día desde hacía 14 años, cuando comenzó la construcción, la magnitud del evento superó cualquier previsión. Tenían pensado el lanzamiento de dos ediciones. Una de ellas con un texto de Emilio F. Solari, titulado “El monumento y su historia”, donde se pensaba hacer un recorrido sobre los ires y venires del proyecto tantas veces pospuesto, y sendas fotografías de las autoridades más importantes que vendrían a la ciudad para el evento: El Presidente provisional de la Nación, general Pedro Eugenio Aramburu y el Vicepresidente, almirante Isaac Rojas.

La otra edición intentaría captar lo que se viviría ese mediodía. Medio millón de personas congregadas alrededor del flamante Monumento a la Bandera, y tres ausencias que no serían parte de la crónica: las invitaciones a los escultores Alfredo Bigatti y José Fioravanti no llegaron nunca, fueron perdidas o bien nunca fueron enviadas. Tras una reunión, quienes llevaban adelante el decano de la prensa argentina decidieron, temerosos de la Revolución Libertadora, no dar cuenta de este “descuido”.

Desde ya, tampoco se hizo alusión a que Perón dio el último empujón para que la obra fuera posible, ni tampoco a la presencia en el acto del arquitecto encargado de la obra, aunque sí se lo nombra, con foto incluida. Las fuerzas armadas lanzaron toda la parafernalia que su poderío les permitía. El Regimiento de Granaderos a Caballo – con su comandante Agustín Lanusse-, la fragata Sarmiento y cadetes peruanos y de otros países vecinos formaron parte del acto de inauguración, con un desfile militar que duró más de una hora. Los fotógrafos de La Capital no daban a vasto.

A fines de la década del 90, en un día también bastante movido para los periodistas de la redacción, llegó un chisme al cierre de la edición. No se transformó en noticia porque ya no había tiempo para consultar fuentes. Y tampoco se podía saber realmente de dónde había salido la información. “Dicen q van a construir un edificio pegado al Monumento, que lo va a opacar”, se escuchó. Todos se miraron, preguntándose qué empresa y qué arquitecto les iban a poner la cara a semejante osadía.

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A sus 90 años, Mario Roberto Álvarez ya no era flanco de cuestionamientos. La cantidad de premios recolectados a lo largo de 54 años de impecable carrera, un sin fin de obras desperdigadas por el mundo –entre ellas el Teatro San Martín y las Torres Le Parc, en Buenos Aires- y la importancia del estudio que llevaba su nombre habían sido suficientes logros como para que el apellido Álvarez deje de ser ignoto.

Durante los últimos años había vuelto a Rosario con frecuencia. Era una ciudad que le gustaba, pero que le traía algunos recuerdos que prefería olvidar, al menos por ahora. Primero le fue encargada la sede central del Banco Nación, y luego los viajes se intensificaron al tomar las riendas en el diseño del edificio inteligente de la Bolsa de Comercio. Rondaba los cien años, pero no podía dejar el vicio de la arquitectura y continuaba siendo la cabeza del grupo de profesionales que dirigía. Entre ellos, se encontraba su hijo, cuyo tránsito por la universidad no había tenido los obstáculos que el de su padre. De hecho, todo lo contrario. La mayoría de los docentes gustaba de tener como alumno al heredero de tamaño hito de la arquitectura argentina.

Con tantas idas y venidas a la ciudad, era inevitable ver a “Invicta”. El proyecto vuelto realidad del arquitecto Guido se erguía orgulloso frente a un parque que propiciaba su apreciación, mientras que por otro lado, las decisiones de planeamiento urbano no habían sido tan atinadas. El Monumento Nacional a la Bandera estaba rodeado por edificaciones que lo superaban en altura, pero no tanto como para quitarle grandeza. De todas maneras, pensó en Guido y en si estuviese vivo. Allá por 1941, cuando había comenzado la construcción, el rosarino había batallado incansablemente, y sus campañas llegaron a oídos de sus colegas porteños. Primero luchó para que se demolieran las casas que se ubicaban detrás de su creación, y más tarde, las energías le alcanzaban sólo para evitar que se siguieran construyendo edificios de altura.

Pensó también que las cosas suceden por una razón. El proyecto de Guido había sufrido innumerables modificaciones, retrasos y obstáculos que le quitaron 14 años de producción y le produjeron un desgaste importante. Incluso había estado sólo, porque Alejandro Bustillo –ya sea por internas, o bien porque su porteña presencia había sido sólo una cuestión de propaganda- no había formado parte de la construcción, una vez ganado el concurso. Quizás, sí, las cosas pasan por una razón. Quizás, aquella derrota fue en realidad lo mejor que le había podido pasar. Quizás, las cosas hubiesen sido distintas para peor. Quizás, alguna vez, pueda reivindicarme…

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La noticia le había caído como un balde de agua frío, pero derramado de a poco. El primer chorro fue esa mañana en que escuchó, desde su lujoso tercer piso, cómo las topadoras destruían la casa de alto valor patrimonial del doctor Isidoro Slullitel, permiso de demolición mediante. La razón no podía ser otra que la construcción de un edificio, como después confirmaría.

Hasta ese día, el departamento sólo le había dado satisfacciones. Cuando logró comprarlo –gracias a lo recaudado por un sospechoso ascenso en el mundo de los medicamentos, durante la década del 90- se unió a la lista de “gente bien” que vivía en barrio Martin. Era parte, entonces, de la burguesía rosarina, a pesar de que el apellido Peresotti venía de su papá metalúrgico. Otros vecinos tenían raíces aristocráticas más arraigadas. El doctor Iván José María Cullen, por ejemplo; que no se quedó con los brazos cruzados y tomó el teléfono tan pronto notó los movimientos que amenazaban con quitarle la privilegiada vista al Paraná.

Corría agosto de 2003, y OP Developers -una empresa del grupo Oneto- había tenido el tupé de anunciar el proyecto de un edificio de 39 pisos en el terreno de avenida Libertad y San Luis, a escasos metros del Monumento a la Bandera. El primer objetivo fue ver quiénes habían permitido tamaña barbaridad, el segundo fue buscar una excusa para calificarla de “barbaridad”. La Municipalidad había dado el permiso de demolición, y luego el de edificación. Los “peros” fueron la falta de un no tan necesario estudio de impacto ambiental, y la amenaza del paisaje. La gente que seguía el caso a través de los diarios La Capital y El Ciudadano se preguntaban si el paisaje en peligro era el que veían ellos, o bien el que se apreciaba desde los coquetos edificios lindantes a Aqualina.

El poderío de los vecinos y la capacidad de los abogados que contrataron, lograron frenar por unos cuantos meses las obras. El segundo chorro de agua fría le cayó a Daniel Peresotti –que había preferido mantenerse ajeno a las demandas judiciales- el miércoles 29 de septiembre de 2004. En la página 3, el diario La Capital titulaba: “Al final, autorizaron a construir el edificio más alto del interior”. Acto seguido, pidió el número de una inmobiliaria amiga. Había llegado la hora de hacer las valijas, lo que concretaría apenas un año después de haberse inaugurado la moderna torre. Cullen, por su parte, intentó algunas maniobras más. Cada tanto, y demasiado seguido, podía sentir el olor a asado de los obreros, que festejaban el haber finalizado un piso más.

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Es verdad que el emplazamiento ya estaba decidido cuando el proyecto de Aqualina llegó al estudio de arquitectos. Es verdad, también, que él seguía trabajando a pesar de su avanzada edad, y era cierto que los últimos proyectos los había hecho en suelo rosarino. Hacía unos años habían inaugurado el sitio de Internet, y cuando se decidió qué incluir en su vasto CV, Mario Roberto Álvarez optó por no mencionar su romance trunco con el Monumento a la Bandera.

En 1939, a tres años de obtener su diploma de arquitecto, se había asociado con su colega Macedonio Ruiz para crear “Altar de la Patria”. La maqueta fue explicada con estas palabras: “El monumento fue concebido como un altar monumental sirviendo de marco al gran mástil, ya que la Bandera es el elemento principal del Homenaje: La Bandera Argentina es una forma poética, un monumento en su homenaje debe trasuntar su graciosa ligereza”. Era el único anteproyecto sin falo, y se llevó el tercer premio, que no era el primer puesto.

64 años después, OP Developers le acercaba una tentadora oferta. Hacerse cargo de diseñar lo que alguna vez, una voz había anunciado como el "edificio que opacará al Monumento”. Álvarez se lo pensó, y aceptó. Si bien su trabajo finalizó tiempo antes de que comenzara el idilio judicial, algunos miembros de su estudio tuvieron que salir a hacer declaraciones a los medios rosarinos, acérrimos seguidores del caso. Es así que Hernán Bernabó –socio de Álvarez- explicó, una vez que la justicia confirmó el permiso de seguir con las obras: “Aqualina será una torre monumental”. El adjetivo no podría haber sido más preciso.

Tres días antes de esa declaración, Mario Álvarez recibió un reconocimiento impensado: el de honoris causa de la Universidad Nacional de Rosario. Lo sorprendió incluso a él, ya acostumbrado a este tipo de galardones. “Nunca se me habría ocurrido pensar que la Universidad de Rosario se acordaría de un porteño que vino a esta ciudad a hacer a algunas obritas”, dijo a los micrófonos.

Con tanta propaganda, los departamentos de Aqualina se vendían como pan caliente, incluso antes del comienzo de su construcción. Un mes antes, el 60 por ciento ya tenían dueño. Eran los que habían podido pagar los entre 1.200 y 1500 dólares por metro cuadrado que, en abril de 2005, costaba vivir en barrio Martín. Hoy, los ricos moradores de la torre, miran al Monumento desde arriba. Y, de aquella generación, Álvarez –de 98 años- es el único que permanece en pie.



viernes, 29 de julio de 2011

ANOTACIONES SOBRE LA PRODUCCIÓN PERIODÍSTICA DEL Y PARA EL HOMEN-MÓVILIS

Los primeros teléfonos móviles hicieron su aparición en Argentina en el año 1989, en la ciudad de Buenos Aires. El primer aparato que fue vendido en el mercado pesaba 800 gramos y era casi como un teléfono hogareño, con una larga y enorme antena que permitía captar las señales de otras terminales telefónicas. El sistema funcionaba a través de canales de radio analógicos de 450 MHz. Sólo unos pocos podían tenerlo, debido a su altísimo costo y su gran tamaño, que lo hacían poco atractivo para el uso cotidiano.

Con el paso de los años creció paulatinamente el número de usuarios de teléfonos móviles -hoy existen 50,4 millones de aparatos sólo en Argentina, más de uno por habitante-. Al mismo tiempo,  la tecnología modificó los dispositivos, transformándolos en lo que son en el presente: pequeñas computadoras de bolsillo. 

En todo el planeta, más de 200 millones de usuarios acceden a Facebook a través de su teléfono, 87 millones twittean con el, y cada día se ven 200 millones de videos de Youtube vía celular. (Cifras del Centro de Investigación para la Industria de Medios & Entretenimiento en Latinoamérica)
El uso masivo de este aparato se apoya en las potencialidades que brinda: el celular permite además de realizar llamadas de corta, media y larga distancia, mandar mensajes de texto, conectarse a Internet, tomar fotografías y videos, escuchar música o radio, llevar una agenda y manejar un software amigable de gran utilidad, entre otras funciones de avanzada como mirar televisión en alta definición o jugar en red (Tecnología 3G)

Telefonía móvil: una herramienta básica para los comunicadores

El hombre moderno es el homen-móvilis del presente, y la necesidad de estar permanentemente informado y conectado con lo que lo rodea se acentúa en aquellos que trabajan en los medios de comunicación. Estos se apropiaron del teléfono móvil como una herramienta básica que no puede faltar en las redacciones, las radios y los canales televisivos.

En este sentido, Clay Shirky asegura que antes era más dificultoso mover palabras, imágenes y sonidos desde un creador a un consumidor, teniendo en cuenta que la parte más costosa en la mayoría de las empresas de medios es la de gestionar el problema de la distribución. Según el autor de “Here comes Everybody”, las empresas pudieron ejercer mucho control sobre el contenido de los medios, y extraer considerables ganancias, una vez que resolvieron este problema.

Rodrigo López Sclauzero es testigo viviente de esta transformación. El periodista, editor de la página oficial del programa Bien Temprano y fundador del portal web Info341, da a los teléfonos móviles un lugar esencial dentro de la tarea del periodista: “El celular, de por sí tiene hace varios años una función que es fundamental en la cobertura periodística que es la de poder hablar con él. Desde el momento en que permitió una comunicación móvil,  fue importante para cualquier cobertura porque desde el lugar podías contar lo que estaba pasando en ese momento, tomar testimonios y, eventualmente, recibir algún tipo de información vía mensajes de texto y demás. Obviamente con el paso de los años y la tecnología esto se fue modernizando y permitió que estos aparatos, más allá de poder hablar desde donde estabas, te permitan transmitir no solo imágenes, sino también videos o algún otro tipo de información conectado a Internet. Por ende, el uso de celular en la cobertura periodística es primordial para cualquier comunicador que trabaje en la calle” señala Sclauzero.



Para Ayelén Ferreyra, periodista  del sitio web Crónica Z,  productora y administradora de redes sociales, el panorama es más complejo de lo que parece: “En los grandes medios, los trabajadores no están tan involucrados con el uso del celular en las coberturas. No sé si tendrá algo que ver con el tema de la infraestructura, de las comodidades que estos medios les brindan o la rapidez con la que se trabaja en las redacciones. En cambio en Crónica z,  nosotros si trabajamos mucho con el celular. Vamos a cubrir eventos o conferencias y creamos alguna etiqueta –en Twitter- para que los seguidores puedan participar de la cobertura, subiendo fotos y videos.” (…) “Me parece que es muy importante que los periodistas comiencen a usar el teléfono móvil para hacer que sus seguidores también formen parte de lo que se va a cubrir, cosa que no muchos están haciendo. Se habla mucho de coberturas con celulares, pero yo creo que aún esto no está tan en auge”



La contrapartida: comunicación que aísla

Según Claudio Avendaño, Licenciado en Sociología y Doctor en Ciencias de la Comunicación, las nuevas tecnologías son “extremadamente pertinentes” al trabajo periodístico, ya que le permiten al trabajador de prensa reportear y buscar información. Sin embargo, Avendaño plantea un efecto “perverso”, que se genera cuando el periodista deja de reportear y producir contenido, refugiado en la comodidad que brindan los gadgets de la actualidad. Así, confiado en que “todo está en Internet”, deja que sean los dispositivos los que acorten distancias y le faciliten el trabajo. Al respecto, la periodista, movilera de Radio Universidad y el canal televisivo Somos Rosario, Florencia Coll, manifiesta reconocer la pérdida de interés, -tanto de los medios como de sus trabajadores- por la recolección tradicional de la información, aquella que hacía más genuina la tarea periodística: “Hoy yo veo muy difícil poder trabajar sin teléfono, aunque parezca una tontería. No es lo indispensable, podés trabajar sin el, como podés trabajar sin grabador. Son herramientas que vinieron a asomarse en esta época, pero antes había muy buenos periodistas, sin lugar a dudas, que hacían su trabajo muy bien, incluso mucho mejor, consultando más fuentes y yendo al lugar. Hoy se ha perdido el cronista en muchos casos. Hay varios diarios y revistas y una explosión de portales en Internet, que no van a lugar a cubrir los hechos, lo hacen por teléfono. Eso a mi me parece terrible, porque no podes tener una aproximación, por más que la persona te cuente por teléfono todos los detalles y te diga exactamente lo que pasó, si vos no vas y ves con tus propios ojos, escuchás las historias y estás ahí palpando la noticia no es lo mismo. El celular debe acompañar al ser humano, no reemplazarlo”



La tecnología al servicio de la precarización laboral

 El sociólogo y semiólogo argentino Héctor Schmucler, afirma que “la tecnología es orgánica al proyecto del capitalismo contemporáneo”, también llamado globalización. Más aún, dice Schmucler, estas tecnologías se desarrollan porque el modelo socioeconómico las hace posibles.

Siguiendo esta línea, Paula Sibilia plantea al nuevo homen-móvilis como un hombre postorgánico, capaz de trascender su condición biológica “demasiado humana” con la ayuda de las tecnologías digitales. De este modo, los tiempos de las personas ya no les pertenecen, sino que responden a la lógica imperante del mercado, que las necesita a toda hora permanentemente conectadas a dispositivos, reportándose al mundo e informándose de todo lo que ocurre en él. En esta lógica se insertan los grandes medios de comunicación, que deben ajustarse a espacios temporales imposibles, y generar contenidos para sustentarse económicamente.

En este esquema, los trabajadores de prensa muchas veces deben ser multifuncionales: cubrir notas, sacar fotos, llamar fuentes, capturar videos y editarlos, manejar redes sociales y demás. Todo por el mismo sueldo. En este punto converge la autonomía y la precarización.
En tal sentido, Sclauzero expresa: “Si trabajás para televisión, lo que te aporta el celular es que a lo mejor, mientras tu camarógrafo está filmando o sacando fotos de apoyo sobre la crónica en cuestión, vos podes hacer algún complemento, tomando imágenes, haciendo algunos comentarios vía Twitter, Facebook o blog. Obviamente que va a ser más fuerte el impacto del material de televisión que una imagen sacada con el teléfono. Entonces se prioriza eso. Si no tenés camarógrafo de televisión, el celular te brinda una instantaneidad y rapidez que sirve”.

Ayelén Ferreyra en cambio, se inclina a pensar que el periodista solo no puede hacer todo: “Nosotros en Crónica Z trabajamos en equipo: yo hago coberturas con el celular pero siempre voy con un camarógrafo. Me parece que los periodistas tenemos que conocer un poco de todo, saber por ejemplo que hace el camarógrafo y demás, pero no podemos solos hacer todo y hacerlo bien. Es la gran diferencia con los grandes medios”

Siguiendo con este planteo, para Florencia Coll, en el periodismo de la ciudad, la lógica imperante es la económica. “Tengo amigos que trabajan en diarios locales, y muchas veces cuestionan a sus jefes porque no hay plata para pagarles los remises, y por eso tienen que sacar la información de una llamada telefónica” (…) “También esto es producto de la explosión que hubo en las comunicaciones, esto de que una misma persona se produzca, haga notas, vaya al lugar de los hechos, saque fotos, grabe edite el material y se lo publique en un sitio propio. Esta bueno por un lado, pero tiene muchas contradicciones”.

Telefonía celular y un mundo de preguntas

La periodista y máster en periodismo digital del Instituto Universitario de Posgrado de Madrid, Esther Vargas, se pregunta si es suficiente con que un periodista use BlackBerry todo el día y utilice las redes sociales, para que su tarea sea compatible con los requerimientos de los nuevos esquemas mediáticos. La respuesta es seguramente, no. La tarea periodística supera en gran medida a las nuevas tecnologías. Las trasciende porque se dirige hacia lo más profundo. Aquello que se manifiesta como contenido antes que contienente. Para ampliar este concepto, Schmucler señala: “Sí, hoy aseguramos que estamos mucho mejor. Tal vez escaparse un poco de esta trampa de la realidad, si uno le llama realidad a lo dominante, pueda ayudar a reflexionar sobre si realmente estamos tanto mejor con este mundo que se ofrece casi como el logro de la armonía y la perfección justamente a partir de los modelos llamados comunicacionales”.

Sin dudas los dispositivos móviles como los celulares colaboran y complementan el trabajo periodístico, en menor o mayor medida, y es por eso que los comunicadores convocados manifiestan usarlo diariamente como una herramienta con mucho capital para aprovechar, teniendo especial cuidado de no relegar mediante su uso la calidad de la información.

Al respecto, Marcos Palacios, profesor de Periodismo en la Universidad de Bahía adelanta una reflexión a futuro: “Yo creo que en las nuevas tecnologías se da una ruptura de los límites espacio-temporales. Es la primera vez que se puede hacer periodismo sin problemas de límites, para efectos prácticos no hay límites.”



Bibliografía:


  • ·         Shirky, Clay, “Here Comes Everybody: The power of organizing without organizations”
  • ·         Avendaño, Claudio, “Entrevistas sobre tecnologías/identidades/culturas”, Silvana Comba y Edgardo Toledo (comps.), Editorial La Crujía, Buenos Aires, 2011.
  • ·         Schmucler, Héctor, “Entrevistas sobre tecnologías/identidades/culturas”, Silvana Comba y Edgardo Toledo (comps.), Editorial La Crujía, Buenos Aires, 2011.
  • ·         Sibilia, Paula, “El Hombre Postorgánico”, Fondo de Cultura Económica
  • ·         Palacios, Marcos, “Entrevistas sobre tecnologías/identidades/culturas”, Silvana Comba y Edgardo Toledo (comps.), Editorial La Crujía, Buenos Aires, 2011.

miércoles, 22 de junio de 2011

LA MANO EN LA LAP TOP

El viernes pasado, el Relator Especial de la ONU, Frank La Rue, anunció que la Asamblea General del organismo declaraba el acceso a Internet como un derecho humano. “La única y cambiante naturaleza de internet no sólo permite a los individuos ejercer su derecho de opinión y expresión, sino que también forma parte de sus derechos humanos y promueve el progreso de la sociedad en su conjunto”, apuntó el funcionario

La declaración no hace más que reconocer formalmente la importancia y el impacto que la web y sus contenidos han tenido a nivel internacional. Es la arena en donde se desarrollan sucesos políticos de alto alcance (muchos han subrayado el rol que Internet jugó en los recientes hechos del mundo árabe), tensiones de poder entre las empresas multinacionales y los estados, e incluso la semilla de cultivo para nuevos actores internacionales, como los hacktivists.

Más allá del traslado de tensiones del mundo real hacia el mundo virtual –cuestión que ya está en la agenda-, vale la pena también poner el ojo en otros problemas que hacen a la salud del futuro de un mundo atravesado por las nuevas tecnologías digitales: la resignificación de los 'bienes comunes', como los llama Ariel Vercelli.

Para centrarnos en un caso local, vale traer a cuenta lo que le sucedió al docente Horacio Potel, quien fue acusado, a principios del 2009,  por infracción a la ley 11.723 de propiedad intelectual, luego de crear los sitios Nietzsche en Castellano, Heidegger en Castellano y Derrida en Castellano. Felizmente, la Cámara Argentina del Libro no logró su objetivo, y los sitios siguen en funcionamiento.

"Nunca lucré ni tuve la intención de lucrar con la publicación de las páginas. En 1999 estaba fascinado por las infinitas posibilidades que la red ofrece para el intercambio de conocimientos”, apuntaba Potel en aquellos días negros.

La llamada propiedad intelectual es uno de los tantos conceptos que hoy son insuficientes. Al momento en que este buen hombre decidió crear un soporte no material y reproducir los contenidos de Nietzsche, Derrida y Heidegger en la web –es decir digitalizarlos-, la circulación los convirtió en bienes comunes. Sus estudiantes y cualquiera que ejerciera el ahora derecho humano de contar con una conexión a la web, llevaría las palabras de estos filósofos al plano de lo común y ya no habría vuelta atrás. De hecho, no la hubo.

Son pequeñas batallas de resistencia las que van formando un replanteamiento sobre lo que es suyo, de aquel, del Estado o de todos. Internet se transforma entonces en un espacio en donde estos enfrentamientos logran filtrarse al conocimiento público, y es justo en ese momento cuando el usuario común debe tomar cartas en el asunto (las pocas que le toquen) y ocupar espacios que, si falta sentido crítico, quedarán para los grandes poderes, acotando la posibilidad de tener lo que corresponde a todos.